Segunda Parte: La Atención Primaria en Salud como Herramienta de Empoderamiento Social.
/Alejandro Vargas Gutiérrez., M.D., MSc.
“Pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo ni el dolor
de mi pueblo y de mi gente”
Julio Numhauser
El mago de bata blanca.
En una de las veredas que visito con relativa frecuencia, tengo la confianza suficiente con una de las familias, que me permite llegar temprano en la mañana (pues duermo en otra casa, que considero la mía en esa comunidad) a ducharme y prepararme para la atención de los pacientes. La encargada de ese hogar me ofrece siempre una de sus mejores toallas, las chanclas de su esposo y hasta un jabón sin desempacar. Con estos detalles, cada vez que viajo desde Medellín, voy mucho más ligero de equipaje. A mi salida del baño me tiene listo un delicioso café con aguapanela y una arepa con huevo revuelto con cebolla y tomate con la cantidad de sal exacta, pues con la rutina de tantos años ya está en su justo punto. Mientras desayuno, disfruto de las imponentes montañas verdes, de los diversos y abundantes pájaros entonados, de los gallos y también de los perros, que esperan pacientemente algún trozo de mis sobras.
Siendo cerca de las siete y media de la mañana y mientras saboreo mi segundo café, empiezan a llegar “mis asistentes”. Nunca me fallan. Son los hijos de mis pacientes jóvenes y llegan de casas cercanas para acompañarme en las visitas domiciliarias. Por obvias razones espero a que se reúnan algunos asistentes más y cuando están en número adecuado, me paro para dar mi primera cátedra de higiene: me cepillo los dientes y uso la seda dental delante de ellos. Es evidente que las condiciones higiénicas y la salud bucodental han mejorado en los últimos años, pero sigo viendo muchas caries infantiles y en los adolescentes detecto un rápido deterioro de la salud bucal asociado al consumo de muchos alimentos “chatarra” que sé, los afectará para siempre en su vida adulta.
Por eso, me esfuerzo por que cada uno de los niños se cepille los dientes después de cada comida y cuando tienen acceso, que usen el hilo dental. Aún falta más cobertura odontológica en las zonas rurales dispersas de Antioquia y es necesario volver a las maravillosas campañas educativas en las escuelas con los personajes infantiles que promueven la higiene oral.
El cepillado de dientes muy cerca de ellos me recuerda que esa sencilla pero poderosa actividad, podrá prevenir en más de uno el infarto agudo al miocardio en unas décadas. Un connotado médico internista del Ecuador fue el observador de esta sólida relación entre caries y enfermedad coronaria. Luego de esa “cátedra” de salud bucal, ocurre la primera fase de un acto de magia que aún disfruto como si fuera la primera vez.
Los niños hacen una fila delante de mí, se empujan por estar en el primer lugar, pero luego de un pequeño llamado de atención de los habitantes de la casa para que estén calmados y ordenados, empiezo a distribuir cada uno de mis equipos biomédicos: el tensiómetro, el termómetro, el medidor de glucosa, el metro, la linterna, el equipo de órganos de los sentidos, el recetario médico, las medicinas donadas por colegas, y finalmente, el que todos y todas desean más que ningún otro equipo biomédico: EL ESTETOSCOPIO.
Defino esta entrega de equipos médicos según criterios muy especiales... la edad, la limpieza de las manos, los cuadernos de español y de inglés revisados la noche anterior, los comentarios de sus madres previamente sobre sus deberes cumplidos en casa, y otros “estrictos” estándares de calidad.
Ver la cara de asombro del niño o la niña que recibe cada uno de esos elementos y en especial de quien recibe mi estetoscopio color azul alrededor de su cuello, es una fantasía, es un éxtasis espiritual que me permite aterrizar mi gran privilegio para decidir por las herramientas que reparto a mis jóvenes asistentes, y al mismo tiempo, me obliga a darme cuenta de que mi profesión es más un bello honor que una sacrificada carrera.
Como casi todas las niñas y niños con quienes que realizo mi trabajo provienen de familias muy católicas y mi quehacer se ha acompañado casi siempre de sacerdotes y otros actores sociales, soy muy cuidadoso de fortalecer esos vínculos espirituales. Pero dado que promuevo el emprendimiento en las mujeres, la mayoría de mis oraciones y cantos de la mañana con los niños, mientras voy en camino a las casas de mis pacientes, los dedico a la “Madre del Niño Dios” y ellos se saben canciones y oraciones hermosas sobre ella. Esto me ayuda a destacar con ellos el papel tan importante que juegan las abuelas, las madres y las esposas en sus hogares y en la comunidad. ¡Las mujeres son maravillosas, muchachos! Les digo.
Así que los primeros momentos de nuestra labor del día se parecen un poco más a una procesión que a una misión médica. Pero este segundo acto de promoción de la salud (pues la oración y la meditación rutinarias tienen evidencia científica de máxima recomendación para reducir el estrés, la depresión y las enfermedades crónicas, entre otros beneficios), fortalece en los niños un vínculo espiritual que los acompañará toda la vida y los acercará a guías espirituales y a las iglesias, que la gran mayoría de las veces ofrecen una moderada protección ante la guerra y los conecta con sacerdotes sanos, inteligentes y de buen corazón (ellos son los más), quienes los escucharán en momentos muy complejos de su juventud y de su vida adulta.
Ver este séquito de asistentes es una imagen maravillosa para madres y hermanos mayores que salen a las puertas de las casas, pues sus padres trabajan desde la madrugada y no alcanzan a ver sus futuros profesionales. Madres y abuelas se despiden y bendicen a sus hijos e hijas con la mano mientras ellos adelantan esta importante brigada de salud.
- “Mucho juicio mi cielo, bien obediente con el doctor Alejandro y cuidado con esos equipos médicos que son muy costosos”.
- "Tranquila amá, que yo los cuido mucho, ¿cierto dotor?"
A lo que yo refuerzo,
- Doña Guiomar (éste y otros nombres se modificaron para proteger la confidencialidad), no se preocupe que “Esternocleida” es súper juiciosa con los equipos médicos, ella es muy cuidadosa.
- "Dotor,..." me dice abriendo sus ojos, "...yo no me llamo esternocleida, yo me llamo María Camila..."
- Vea pues, María Camila, pues claro, se me había olvidado, es que esta cabeza mía, hola, mucho gusto en conocerte (y extiendo mi mano para apretar la suya y me inclino para mirarla a los ojos), que nombre tan hermoso el tuyo, María Camila, estoy encantado de conocerte y trabajar contigo… y ¿cuáles son tus apellidos?
- "¡María Camila Salazar Mejía, si usted ya sabe!"
Y suelo hacer ese juego de nombres con cada uno de los niños del grupo…utilizo el cambio de nombres y uso algunos muy chistosos para ellos como “Anacleto”, “Pandereto”, “Chispireto” o “Tuerquita”, y otros más cómicos y espontáneos.
Todos ellos disfrutan mucho este cambio de nombres y nos hace más agradable el paso por caminos de herradura (abandonados completamente por las alcaldías), para llegar a las casas de los pacientes. Sus risas son contagiosas y me da la sensación de que cuando ríen conmigo yo rejuvenezco unos años cada vez.
Ese ejercicio no es aleatorio. Se basa en una conferencia académica que escuché años atrás de Natalia Springer. En esta reunión académica en el Parque Explora de la ciudad de Medellín, ella expuso evidencia científica sobre los factores de riesgo relacionados con el ingreso de niños y niñas al conflicto armado. Hizo énfasis en “la invisibilidad de los niños” al interior de sus familias, en su entorno y ante el mismo Estado. Además, que ellos suelen recibir todo tipo de maltratos (el físico, el mental y el sexual). Esta investigadora, crítica y aguda, nos relató una imagen del Caquetá, en esa “Colombia profunda” de la cual hablaba el Maestro Alfredo Molano, en la cual un niño que nunca es visible ante sus padres, hermanos o compañeros de la escuela, y que nadie lo llama por su nombre, ni lo valora, ni lo abraza, fácilmente ingresa a los grupos armados que sí saben elevar la valía de estos nuevos guerreros.
Y cuando esos niños y niñas se colocan un uniforme y cargan por primera vez un fusil (a veces más grande que ellos mismos), todos a su alrededor sí empiezan a mirarlos y a tenerles miedo, más que respeto. Es decir, el fusil y el camuflado de guerra los hacen VISIBLES por primera vez en toda su vida. Y ese poder, ese temor que inspira ese niño o niña ante todos, será la forma inicial para adoctrinar nuestras nuevas generaciones en el conflicto.
Por ello, mi grupo de asistentes médicos se vuelven ante ellos mismos y ante la comunidad, muy visibles por sus cantos, sus equipos sanitarios y su autoestima en esas brigadas de salud. Ellas y ellos se sienten importantes y durante todo el recorrido les hablo de sus bellos nombres, de sus ojos bellos, de su ropa bella, o de sus tenis hermosos que en realidad están más que gastados y deteriorados por ser las únicas y burdas copias de Nike o Adidas en su pequeño guarda ropas. Uso todo aquello en su personalidad o en su entorno para que se sientan campeones, triunfadores y hasta exitosos, si el adjetivo cabe en personas del campo con menos de doce años.
Natalia, Alfredo y Manfred Max Neef (chileno ganador del Premio Nobel Alternativo de Economía), con sus valiosas investigaciones y testimonios, me motivaron a transformar las enseñanzas de puericultura y pediatría de mi Facultad de Medicina en la Universidad de Antioquia. Era urgente adaptar estas evidencias a los tiempos de conflicto armado y en los grupos humanos en extrema pobreza con los cuales trabajo y de paso, aprendo cada día.
Porque una cosa es ejercer la puericultura con padres de familia que planearon la concepción de su hijo, organizaron un hermoso “baby shower” en familia, compraron ropa de marca para la llegada del recién nacido, acondicionaron su cuarto con apoyo de un diseñador y se prepararon para el privilegio de ser padres con una o dos especializaciones y varios viajes al exterior para aprender un mejor inglés; y otra muy distinta, la realidad de la puericultura en zonas rurales distantes, en medio del conflicto y en un entorno familiar de pobrezas, violencias y limitaciones emocionales de todo tipo.
Si los niños y niñas activan su autoestima y empiezan juegos de roles que les permitan soñar con ser profesionales o técnicos de la salud o de las ciencias agrícolas o la veterinaria, será un poco más difícil para los actores del conflicto atraerlos a sus filas y con ello, la perpetuidad de la guerra por los siglos de los siglos llegará su fin. Ellas y ellos se merecen nuestro máximo esfuerzo por la Paz y la Reconciliación.
Sin embargo, no he visto muchos veterinarios, zootecnistas, técnicos agrícolas o ingenieros, interesados en subir la autoestima de niñas y niños cuando eventualmente ingresan a estas comunidades campesinas. Suelen relacionarse con los hombres adultos y eventualmente, interactúan con los jóvenes en algunos juegos recreativos o actividades deportivas. Pero fallan en su acercamiento directo con la población infantil y con sus imaginarios simbólicos. Los decanos y los jefes de departamento de estas carreras deberían promover un curso corto de puericultura en el pregrado para ayudarnos en la tarea. El ingreso de un joven campesino quien logra terminar su secundaria, a una escuela de medicina, de enfermería o de odontología, es casi el equivalente a ganar una lotería y por ello, es necesario que otros roles profesionales se conviertan en una alternativa más entre los sueños de la infancia campesina.
Pero la magia no para allí. Otros especiales momentos ocurren antes de llegar a la casa de los pacientes. Uno de los que más disfruto es el de las carreras. Espontáneamente les aviso que a mí señal, los primeros que lleguen al árbol de esa curva, en la casa roja, se ganarán el derecho de presionar el botón del tensiómetro digital... y es como si ofreciera un pastel de chocolate. Mis asistentes salen a mil por hora y regresan otra vez apresurados para preguntar quien llegó primero y verificar su derecho a tan anhelado premio.
Entonces les propongo que hagamos todo más profesionalmente y los pongo en una línea de partida al estilo de una pista atlética y extiendo un poco la distancia hacia la meta. Luego de dejar los equipos biomédicos a buen recaudo, yo mismo me filo con ellos y contamos… “¡en sus marcas, listos…fuera!”. Esa explosión de adrenalina en ellos y su gran emoción por ganarme (ganarle al doctor) y su risa contagiosa cuando yo me desmayo en la meta por la fatiga y pido aire y los primeros auxilios, me llevan a la gloria. Pero de nuevo, esta es una prefabricada actividad de promoción de la salud infantil. Estimular la actividad física en los niños, que a plena luz del día activa la vitamina D, promueve el desarrollo musculoesquelético y estimula el sistema inmunológico. Aún los niños y niñas de nuestras veredas campesinas con anemia leve o moderada por falta de hierro asociada a la desnutrición, a la malaria o a la parasitosis intestinal, tienen una alta capacidad cardiovascular y disfrutan mucho de las actividades deportivas.
Licenciados en Educación Física de la ciudad y médicos Deportólogos, que llenan los espacios de gimnasios de unidades residenciales con mujeres hermosas y ejecutivos brillantes, se están perdiendo de verdaderos talentos al estilo de Caterine Ibargüen o Rigoberto Urán, nuestros campeones internacionales. Tenemos en nuestras veredas fabulosos casos de niños y jóvenes que usan bicicletas en mal estado para recorrer distancias infinitas y hacer diligencias a sus padres para ganar unos pesos en fincas lejanas. He caminado por varias horas con jóvenes adolescentes que llevan pesadas cargas y al llegar a sus casas apenas tienen leves signos de cansancio, mientras yo termino con deseo de una dosis de oxígeno por cánula nasal.
¿Qué hace falta para que los Licenciados en Educación Física puedan hacer su año social obligatorio como los profesionales de la salud y promuevan el deporte en todos los grupos de edad?
Existe un maravilloso hospital local en Urabá con un genial programa de control de la Diabetes Mellitus, la Hipertensión Arterial y otras enfermedades crónicas, que cuenta con un educador físico quien logró la reducción de ingreso por urgencias y, además, bajó a la mitad el número de tabletas consumidas para estas enfermedades. El deporte y la sana recreación son herramientas fundamentales de la Atención Primaria en Salud y deben promoverse en los planes de desarrollo de los municipios tipo PDET (municipios con Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial).
Al llegar sudados y un poco más silenciosos (por la fatiga) a la casa de “nuestro” primer paciente, suele ser común que nos ofrezcan un vaso de aguapanela con limón o un jugo de alguna fruta en cosecha que todos disfrutamos. Me costó entre 7 y 12 años de trabajo educativo (según la vereda), que los jugos de agua con anilina o las gaseosas (las opciones preferidas por muchas amas de casa para atender a un extraño) fueran cambiados por jugos naturales y sin azúcar. Ese pequeño éxito de promoción de la salud hace que yo disfrute aún más esos regalos de la naturaleza.
- Médico, está muy simple ese jugo…como a vusté no le gusta con azúcar.
- Dios le pague doña Lilian, así es más saludable, ¡el azúcar de lejitos mucho mejor!
Y entonces, ya hidratados y descansados, comienza el mejor acto de magia de la mañana: Realizo una recolección de los equipos biomédicos, miro su estado de higiene (muchos han caído en el trayecto, así que debo pasarlos por alcohol y dejarlos limpios) y organizo mi proceso de atención clínica en la mesa del comedor.
El paciente casi siempre es el hombre más adulto de la casa y es el primero en el proceso. Y procedo a tomarle los signos vitales en frente de más de veinte pares de ojos.
Esta parte me emociona profundamente. Le pido al campesino que suba la manga de la camisa de su brazo izquierdo y le coloco con cuidado y firmeza el brazalete del tensiómetro. Entonces me aclaro la garganta y luego de saludar al paciente le digo:
- Don Omar, le voy a tomar con su permiso la presión arterial con este equipo que se llama tensiómetro.
...y hago un silencio de pocos segundos... y entonces miro a mi asistente, asiento con la mirada y una dulce voz infantil repite este mensaje:
- “Este aparato le va a apretar un poquito, pero no se preocupe, esto es como el matrimonio, que aprieta, pero no ahorca”.
Y con mi aceptación, realiza el acto más importante y para el cual se levantó temprano, se puso la mejor ropa, corrió por la carretera con toda su reserva energética y se preparó toda la mañana: presiona con su pequeño índice el botón del tensiómetro digital y observa con detenimiento cómo se insufla el brazalete y aparecen los números en la pantalla del moderno instrumento. Yo, más serio, leo la presión arterial y solicito permiso al paciente para auscultarlo lentamente y en algunos casos, paso a la revisión privada en uno de los cuartos de la casa.
Nunca he visto una cara de asombro más maravillosa que la de estos niños y niñas cuando utilizan este equipo en un paciente real y me ayudan a repetir esa frase sobre el matrimonio que causa risa y relaja al paciente y a sus familiares.
Al entregar la fórmula médica, el niño que no ganó la competencia hasta el árbol recibe un premio no menos importante: estampa el sello médico bajo mi firma en el recetario. Una vez aparece mi sello, el niño sonríe y con frecuencia me pregunta:
- Cuándo yo sea médico voy a tener un sello propio, ¿cierto que sí?
- Yo creo Edgar Augusto que tu sello será mucho más lindo que este. El mío ya está muy viejito. El tuyo será nuevo y más bonito.
Al terminar la atención clínica, ofrecer algunas recomendaciones y dejar como siempre mis datos personales para que me contacten de día o de noche, o a la hora que les sea posible, marcho con “mis pequeños gigantes” a otra vivienda. Ellos saben bien la respuesta cuando las familias nos agradecen con un sincero “Dios le pague doctor”:
- Amén. Es la repuesta del equipo.
En el camino, doy las gracias a la asistente que presionó el botón y le explico que realizó un trabajo maravilloso y que me siento feliz que me hubiera acompañado esa mañana. Lo mismo hago para quienes me facilitaron la linterna, el oftalmoscopio, el otoscopio, el metro, el recetario médico o el estetoscopio. Todos ellos me dicen que quieren presionar el botón y entonces hacemos en el camino, una rotación de equipos, con excepción de quien lleva su estetoscopio. Ese instrumento no se rota a lo largo del día. Es un distintivo: quien lo lleva es el Líder de todo el grupo y obtiene un premio maravilloso que jamás olvidará: se escucha por algunos segundos su propio corazón y el de algunos de sus “colegas” que desean hacer de pacientes.
- Se oye como un tambor, ¿cierto?
- Si, mi cielo, es tu corazón que late con mucha fuerza porque estás feliz. Les recalco con emoción.
Antes de llegar a la segunda casa programada, veo en la distancia un portón de madera medio inclinado y una piedra muy grande a su lado. Está a unos doscientos metros de distancia...
-El que llegue primero a la piedra cerca de ese protón aprieta el botón en la casa de don Aureliano. Y con este reto, la magia comienza de nuevo.
Un paisa en la NASA.
Aunque suelo atender adultos mayores con problemas cardiovasculares, diabetes mellitus o enfermedades respiratorias crónicas, la mayoría de mis consultas son enfocadas al grupo materno infantil. Las mujeres consultan mucho más en toda América Latina y son en gran medida, las más enfermas.
La consulta externa ginecológica, el dolor de espalda crónico, las lesiones en piel, la parasitosis intestinal, la anemia, la migraña, y la enfermedad ácido-péptica son de las más frecuentes y con toda la razón. Su trabajo empieza muy temprano en la madrugada y termina a altas horas de la noche casi siempre y esto se repite de lunes a lunes. Mientras todos duermen, ellas se levantan en silencio, alistan el fogón, calientan aguapanela, preparan el café y empiezan a inventar el mejor desayuno posible con sus escasos ingredientes. Primero “despachan” a su esposo, le llevan “los tragos” hasta la cama y luego despiertan amorosamente a sus hijos o invitados. Llevan el café a sus padres mayores y seleccionan el Losartán o el Verapamilo según la dosis para los familiares enfermos. Luego bañan a sus hijos muy rápido y los invitan con ternura a desayunar un chocolate, con pan, galletas y de vez en cuando, un huevo con arroz, para que no vayan con hambre y no lleguen tarde a la escuela.
- “Uno con hambre no aprende”, dicen con sabiduría.
De solo verlas en ese trajín, queda uno agotado. Cuando por fin la casa está un poco más descongestionada, le recuerdo a esa hermosa mujer campesina con manos fatigadas e inflamadas por la artritis y con dolores en su espalda que yo sí alcanzo a identificar mientras se mueve entre la cocina y las habitaciones, pensando que no la observo.
Hace falta un rato de “cantaleta de la buena” para que desayune, se tome los medicamentos y descanse un poco. A veces, en muy contadas ocasiones en los 33 años que la visito, me ha permitido el máximo privilegio (así lo consideré en esas pocas veces), de recibir un café con leche servido en mis manos.
- “No mijito, cómo se le ocurre servirme a mí, no ve que Usted es el doctor”.
Lo que sí me permite hacer es tender algunas camas desordenadas y lavar de paso unos pocos platos. Me tomó varios años tener ese nivel de confianza con doña Soledad y aún ella o sus vecinas no pueden dar crédito que el médico de la vereda lave la loza que usa. Pero precisamente fue este nivel de cercanía y de confianza recíproca con las mujeres campesinas, lo que me llevó directamente a la NASA.
Hacía varios años, notaba que mis solicitudes de exámenes de laboratorio para las mujeres enfermas en las veredas se convertían en “letra muerta”. Al solicitar los resultados, las pacientes me decían que no habían podido tramitar su viaje al laboratorio del hospital. Falta de dinero para pasajes, distancias extremas entre la vereda y el hospital, poquísimos recursos para pagar el copago o incluso, que su esposo no le diera el permiso para salir de casa. Todas eran las razones esgrimidas para que yo tuviera que calcular el mejor tratamiento clínico sin la orientación de los resultados de laboratorio.
En un cuadro clínico recurrente tenía yo algunas dificultades significativas: la infección vaginal (vaginosis). La teoría clínica sugiere un examen llamado directo y Gram de flujo vaginal. Pero este estudio requiere un viaje al centro de salud, cita con el médico, orden de laboratorio, disponibilidad de la auxiliar de enfermería para tomar el examen en genitales externos y luego, esperar dos o tres días los resultados para solicitar una nueva cita médica. Todo un periplo para mujeres que tienen niños en brazos, esposo demandante de atención, trabajadores en la finca o padres mayores que atender durante todo el día.
Una de ellas siempre me habló de sus incomodidades ginecológicas por la vaginosis crónica y que los medicamentos que le formulaban en el hospital local sólo le servían por algunos días y al cabo de un tiempo volvían los síntomas incómodos (el mal olor, la rasquiña intensa en la zona vaginal y uno que era muy grave para ellas: el dolor durante las relaciones sexuales). Era necesario identificar bien el microorganismo responsable y descartar en ocasiones las enfermedades de transmisión sexual.
Para eso eran los exámenes de laboratorio, pero ellas no contaban con los medios para ir al hospital y luego regresar por los resultados. La vaginosis cuando se vuelve en un evento crónico puede llevar a la infertilidad femenina y a la dolorosa EPI (Enfermedad Pélvica Inflamatoria). Es decir, una simple infección por hongos o bacterias puede acabar con la estabilidad matrimonial y dar al traste con el deseo y el placer sexual, bien complejo de alcanzar en las mujeres campesinas, debido al tipo de contacto erótico casi siempre machista y egoísta que tienen la mayoría de sus parejas masculinas en estas zonas.
Pero esto no sólo ocurría esto con los exámenes para muestras vaginales. Realizar una prueba de embarazo hace 20 años era complicado en zonas remotas, así mismo, detectar niveles altos de glucosa para sospechar de una Diabetes mellitus o un sencillo citoquímico de orina para detectar una infección de las vías urinarias era una odisea en medio del conflicto armado, las deficientes vías terciarias y las debilidades históricas de nuestro sistema sanitario. Por eso, al atender también a las gestantes en sus controles prenatales no tenía más remedio que formular medicina con mi criterio clínico, pues los exámenes o ecografías en estos territorios no eran de lo más común. Había que buscar una alternativa innovadora.
Una noche después de llegar de trabajar en una universidad como docente de medio tiempo, escuché en las noticias que un inventor japonés había diseñado un piyama infantil que cambiaba de color cuando los niños tenían fiebre. La noticia no fue tan importante como las de secuestros, los ataques terroristas o la eterna corrupción, pero a mí me encantó. ¡Que buen invento! Pensé.
Unos dos meses luego de la nota de este inventor, recibí la llamada de una de mis pacientes que necesitaba medicinas por un flujo vaginal que detectó en la ropa interior de su hija de seis años y se me encendieron las alarmas: niña con flujo vaginal necesita urgente una evaluación médica y por psicología, pues podría tratarse de un abuso sexual. Con todo detalle expliqué a la madre los pasos a seguir y desafortunadamente mis sospechas eran ciertas. Al día siguiente en una labor titánica de la médica rural se documentó que el flujo vaginal de la niña tenía rastros de Neisseria gonorrhoeae: ¡gonorrea! Un primo de la madre estaba abusando de la niña cuando ella debía salir por alimentos a una tienda cerca de la casa.
Y un mes después de todo esto, mientras lavaba algunos platos en casa después de cenar y limpiaba con un papel absorbente el mesón de la cocina, en casa de la suegra, mi esposa me preguntó:
- ¿Para qué limpias tanto? ¿Vas a dejar ese mesón desinfectado o qué?
- No amor, ya terminé. Ojalá este papel cambiara de color para saber si el mesón quedó verdaderamente limpio y sin bacterias en la superficie... te imaginas, no habría más infecciones por alimentos. Y ella ripostó:
- ¿Cómo va a cambiar de color un papel de cocina absorbente?
- Fácil, dije ingenuamente. Con un poco de Biotecnología, sólo falta que se coloquen unos elementos parecidos a un reactivo bioquímico o una reacción tipo ELISA y ya está, el absorbente cambia de color y detecta una bacteria, o un hongo... Y paré en seco.
La miré y le dije:
- Rochy, eso es, una toalla higiénica sanitaria con biotecnología que detecta las infecciones vaginales y permite verificar si los tratamientos funcionaron. ¡Las campesinas no tienen que salir nunca de sus veredas! Sería como tener un laboratorio portátil en sus casas.
Eran las 8:23 PM y revisé la literatura sobre absorbentes con biotecnología en varios idiomas. No encontré nada en español, nada en inglés y nada en portugués. ¿Y si esta creación para ayudar en la Atención Primaria en Salud no se hubiera inventado aún?
Me armé de valor y en un instante llamé a un experto internacional en salud de las mujeres quien me dio la mano cuando escribimos juntos el proyecto de la Clínica de la Mujer de Medellín. El Dr. Jorge Tolosa, un ginecólogo y perinatólogo colombiano que trabaja en uno de los mejores centros de atención a la mujer en Oregon, EE. UU. Estaba muy tarde para mi colega y amigo, pero me respondió el teléfono y luego de unos saludos ágiles y mi burda explicación biotecnológica me dio una orden:
- ¡Patente ese producto ya mismo!
Y para darle la vuelta al mundo y gracias al cambio de horario, llamé a mi primo Juan Carlos que acababa de terminar su Doctorado en Derecho en París y me dijo lo que ya me temía:
- En Europa yo compro las toallas higiénicas de mi esposa y acá con tanta tecnología no existe ese producto, que yo sepa. Si quieres lo busco mañana, pero de existir ya lo habrían promocionado por redes sociales o por la televisión y nunca lo he visto primo. Está buena tu idea.
Cuando el premio Destapa Futuro Bavaria se entregó en Medellín me propusieron llegar a casa con el cheque de más de 35 millones de pesos, pero sugerí recibirlo en el Hogar Madre Carmelina Gambardela, un hogar para niñas en riesgo social que cuidan tres religiosas maravillosas y varios benefactores, entre ellos mis generosos padres. Allí, en medio de las niñas, quienes son mi motor vocacional en la ciudad, recibí el premio de emprendimiento en 2010.
Y pocos años después, cuando tenía mejor desarrollado el prototipo y este ya detectaba la Diabetes mellitus y el embarazo, la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos me entregó un premio de 2,5 millones de pesos por la mejor invención científica en el salón de inventores de ese año.
El grupo de innovación social de Chile (SOCIALAB) seleccionó nuestro producto de biotecnología para participar en un concurso latinoamericano y quedamos en segundo lugar. Un chileno brillante había diseñado un producto increíble para purificar el agua a bajo costo y recibió el anhelado premio: un viaje con todos los gastos pagos a Singularity University en el corazón del Silicon Valley, en California (EEUU). Esta universidad era la “ocurrencia” de Peter Diamandis y otros genios de Google, Microsoft y Apple. Juntos deseaban ser los precursores del viaje a Marte; y Peter, en calidad de asesor científico de la NASA, propuso crear una universidad de alto estándar en innovación que apoyara a esta entidad en todos los proyectos asociados al viaje a este lejano planeta y de paso, ayudar a solucionar los problemas más apremiantes de la humanidad. Así surgió Singularity.
Pero el chileno se equivocó en sus cálculos empresariales y los jurados lo detectaron a tiempo. Su máquina para purificar el agua consumía tanta energía que no era factible llevar el dispositivo a las zonas remotas donde no había fluido eléctrico. Así que el ganador debía replantearse.
Un martes mientras trabajaba en el diseño de otro dispositivo biomédico, recibí una emotiva llamada del director de Socialab. “Nacho” Vidal me explicó el error de su coterráneo y rápidamente me preguntó: Alejo, ¿Tienes visa americana? Porque te vas en 20 días para California.
Llegar a Singularity fue una maravilla. Unas 90 personas de todas las razas, idiomas, tamaños y formas de vestir se compenetraban increíblemente para presentar las mejores innovaciones del planeta. Yo me sentía como el joven Billy Elliot que llega al conservatorio de Londres a ver con deleite el talento de sus compañeros de curso y se asombra con la máxima tecnología que no puede alcanzar en su pequeño poblado.
27 países diferentes en un mismo espacio preparaban sus mejores innovaciones para esa presentación. La mía estaba programada para el segundo día del encuentro, así que disfruté la mañana de saludos, las actividades de integración y en la tarde, mientras veía con atención uno de los expositores italianos, una mano en mi hombro derecho me invitó a ausentarme de la sala por unos minutos. Me explicaron en un inglés lento y comprensible que uno de los participantes de Bélgica no podría llegar a tiempo al evento y que estaban buscando quien ocupara su lugar en la presentación de las 03:25 PM. Eran ya las 2:45 PM.
- Doctor Alejandro, si tiene con Usted la presentación, cambiamos su lugar y lo anunciamos como representante de Colombia en unos minutos.
Aunque había preparado mi presentación con lujo de detalles, esperaba irme temprano al hotel y volver a pulir un poco mi inglés y ajustar las diapositivas segundo a segundo. Pero respondí sin dudar:
- Claro que sí. Cuenten conmigo. Y les pasé la memoria USB con la conferencia.
Tenía sólo diez minutos para exponer (el famoso elevator pitch). Unos segundos antes de subir al escenario, me persigné, junté mis manos sobre mi cara y sonriendo para mí, repetí casi en silencio la frase de un maravilloso actor de teatro, quien es muy conocido en mi ciudad:
- ¡Espíritu Santo, iluminame marica!
Estuve calmado y me presenté como médico y magíster en epidemiología de la Universidad de Antioquia. Les mostré hermosas imágenes de Colombia, de nuestros pájaros, del Metro de Medellín, de Gabo y sus 100 años, del Carnaval de Barranquilla y también de la violencia cruel y desmedida con más de 350 mil homicidios en las últimas tres décadas.
Luego, presenté la imagen de las familias campesinas en situación de desplazamiento y les expliqué la importancia de la Atención Primaria en Salud para recuperar la salud de las comunidades en alto riesgo social. Todo estaba cronometrado. A su debido tiempo, hice un profundo silencio.
Retomé el discurso diciendo: imaginen ustedes, que una mujer joven de 33 años, campesina y con cuatro hijos, viuda por la violencia, necesita realizarse un examen de orina para evaluar una posible infección urinaria o una prueba para verificar si tiene infección vaginal por hongos. ¿A dónde puede ir en medio del conflicto? ¿Cuánto le cuesta viajar hasta su hospital más cercano? ¿Y si economiza el dinero del transporte para ir caminando, pero hay minas antipersonales en el camino? ¿Con quién deja a sus hijos mientras va al hospital? Esto ocurre en todos los países pobres de América Latina y El Caribe, y ocurre en Asia y en África también. Las mujeres no tienen dónde realizar sus exámenes clínicos más importantes: y además, si los llegan a realizar, deben regresar días después por el resultado y otra vez los riesgos y los gastos adicionales.
Por eso, hoy en Singularity, tengo el gusto de presentar por Colombia, “TOPSMART” , una toalla higiénica sanitaria (y saqué una del bolsillo de mi camisa, la cual llevo conmigo a todas las reuniones) que cuenta con biotecnología avanzada y reacciona con los fluidos, con la orina y con la sangre menstrual. En esta reacción biotecnológica cambia el color del absorbente en caso de detectar infecciones vaginales por bacterias y por hongos. También puede alertar la presencia de virus como el de VIH, la Hepatitis B, o detectar riesgos de anemia por déficit de hierro, de Diabetes y el riesgo de infección de vías urinarias, entre otros eventos.
Es un laboratorio portátil para las mujeres de todas las edades y estará disponible a un Dólar la unidad, para que la Atención Primaria en Salud cuente con una herramienta de alta tecnología, económica, confiable y segura. Lo más importante (y avancé a una diapositiva con la fotografía de Soledad y su nieta en su sencilla cocina con el fogón de leña encendido): TOPSMART es una herramienta de empoderamiento de las mujeres frente al sector de la salud porque las provee de un elemento de conocimiento sobre su estado de salud que equilibra la gran brecha existente entre el médico y sus pacientes más pobres y vulnerables.
Éste (y señalé la toalla higiénica en lo alto de mi mano), no es un producto absorbente de higiene personal. ¡Es una tecnología disruptiva del Siglo XXI que salva vidas y genera poder de decisión en las mujeres del planeta! Gracias por escucharme.
Hubo un silencio total en ese imponente salón del Silicon Valley. Mi inglés practicado por varios días al lado de mi hermano que lo habla con fluidez había fracasado estrepitosamente y mis diapositivas coloridas con playas de Cartagena, mujeres bellas de Antioquia y niños sonriendo en la Feria de las Flores de Medellín no estaba a la altura de los expositores de ese recinto. Lo pensé sinceramente... hasta que un profesor alemán, de gran estatura y porte de científico, movió su silla para atrás, se puso de pie y al mismo tiempo que empezó a aplaudir con entusiasmo, dejó caer un sonoro “It´s fantastic”. Todo el salón lo siguió y vinieron silbidos y un “bravo, Colombia” que gritaron algunos en perfecto español.
Tercera parte: “Las innovaciones tecnológicas que fortalecen la Atención Primaria en Salud en zonas vulnerables”