(10) EL MANEJO DE LOS CADAVERES DE LOS DESASTRES / Rodrigo Restrepo G

. 29 de noviembre de 2006
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Fueron muchas las imágenes que pudimos observar a través de los noticieros de televisión, y muchas más las que se pudieron apreciar a través de las páginas de Internet, sobre la tragedia de finales del 2004 con ocasión del tsunami en Asia Meridional. Se estimó en 250.000 el número de fatalidades y otro tanto importante de desaparecidos. Sin embargo, llamó la atención el curso de los acontecimientos que tuvieron lugar después del desastre en relación con los cadáveres. Muchos recibieron sepultura de manera masiva, en fosas comunes o cremación, sin alcanzar a ser reconocidos por sus familiares.

¿Qué llevó a las autoridades a tomar esta decisión de realizar inhumación masiva? La respuesta es una: los mitos. Este es uno de los tantos mitos que persiste en el arraigo popular acerca de lo que sucede después de un desastre. Se piensa que inevitablemente vendrán epidemias y se reclaman vacunaciones masivas que resultan en pérdida de recursos e incluso en la inhabilitación de quienes la reciben, pues el malestar, fiebre o invalidez transitoria después de la vacunación les impide contribuir a procesos de solidaridad con los demás damnificados.

Ni se presentan inevitablemente epidemias después de un desastre ni los cadáveres, así sean muchos, van a precipitar tales epidemias. La presencia de enfermedades infecciosas con posterioridad a los desastres va a depender de las condiciones ambientales, de saneamiento básico y de hacinamiento en que se encuentre la población afectada, los sobrevivientes y nó los muertos. Quiere decir que depende de las acciones que las autoridades sanitarias emprendan para evitar la aparición de brotes por descuido de las medidas mínimas de higiene y control sobre el agua y la disposición final de excretas, basuras y aguas grises; por el descuido de las medidas mínimas de higiene y control sobre el medio ambiente, sobre la manipulación de alimentos, sobre los cambios de hábitos de una comunidad afectada por un desastre.

No sólo no hay evidencia seria de una relación directa entre gran número de cadáveres y epidemias sino que existen estudios científicos que demuestran el mínimo riesgo que puede tener el personal involucrado en el manejo de los cadáveres, tales como voluntarios, socorristas o personal militar, en especial ante microorganismos causales de hepatitis B y C, VIH y tuberculosis, entre otros, lo cual se contrarresta con buenas prácticas de higiene y entrenamiento del personal en la conservación de medidas de bioseguridad.

Para la comunidad, existirá un sentimiento de pesar y podrá afectar grandemente su moral el ver y sentir (oler) muchos muertos en los alrededores, pero le compete a las autoridades tranquilizarlos en relación con el mito de las epidemias y garantizarles la voluntad de esperar los procesos de identificación y disposición final según sus costumbres.

En resumen, el manejo de los cadáveres a consecuencia de un desastre debe conservar aspectos básicos innegociables: el respeto al duelo y las costumbres religiosas ante la muerte de familiares o amigos; el trato digno y disposición final adecuada del cadáver de acuerdo con esas costumbres, en contra de los entierros o cremaciones masivas; y el derecho de los deudos a que se practiquen los procedimientos legales pertinentes para la declaración de la muerte del familiar, de la cual se podrán desprender procesos de sucesión o de cobro de seguros de vida, entre otros. Consecuentemente, se desmitificará la relación entre cadáveres y epidemias y se promocionarán los procesos de búsqueda e identificación con el uso de los medios tecnológicos apropiados.

En preparativos, este tema casi ni se piensa. En aquellas ciudades en donde el nivel de desarrollo les ha permitido ir a la vanguardia de los preparativos para casos de desastres, este es el paso a seguir. Si bien ya existe una trayectoria en el manejo de heridos en masa y la capacidad de respuesta ante emergencias y desastres está bien monitoreada, creo que este es el siguiente paso: prepararse para la gestión de gran número de cadáveres.

Habrá que identificar sitios de almacenamiento; definir los insumos necesarios para su conservación. Identificar vehículos para su traslado, donde la empresa privada podría ser de gran apoyo. Definir los procesos y procedimientos para que los vehículos utilizados no sean posteriormente señalados y rechazados sus productos porque en el pasado sirvieron para el transporte de cadáveres. Éstas, entre otras variables, harán parte de los preparativos de las autoridades regionales y locales responsables de la prevención y atención de desastres para el manejo apropiado de los cadáveres de los desastres.

La participación comunitaria en los preparativos es el mejor mecanismo para contribuir al derrumbe de los mitos de los desastres. El tema de la gestión de los cadáveres con posterioridad a los desastres deberá incluirse en los contenidos de las capacitaciones que se brindan a los comités barriales o comunitarios de prevención y atención de desastres.

Fuentes: