(42) CAPACITAR A LAS COMUNIDADES EN GESTION DEL RIESGO / Rodrigo Restrepo G

. 16 de febrero de 2009


La evidencia de la magnitud, frecuencia y consecuencias de los desastres en el planeta nos ponen a reflexionar acerca de nuestro rol como académicos, técnicos, profesionales, consultores o autoridades que trabajamos en pro de la reducción de sus consecuencias sobre la población para la cual nos debemos, según nuestro mandato. Cada año se incrementa el número de heridos, muertos y damnificados por causa de los eventos adversos de origen natural, tales como los fenómenos hidrológicos, meteorológicos, geológicos o biológicos, sumando además los eventos de origen antrópico, tales como la degradación ambiental y las amenazas tecnológicas conexos a los eventos naturales.

Quizá sea muy difícil para nosotros, al menos en el momento actual, poder influir en la conciencia y en la superación de los intereses particulares de muchos de los gobernantes y tomadores de decisiones con alto grado de influencia global o territorial; pero sí podemos aplicar algo o mucho de reingeniería para preparar de la mejor manera a la comunidad y prevenir, al menos, el número de muertes que los desastres contemporáneos han dejado como estela de su paso.

En la Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres, llevada a cabo en enero de 2005 en Japón, los diferentes representantes del Globo allí presentes aprobaron como informe de esa reunión, el “Marco de Acción de Hyogo para 2005 – 2015: Aumento de la resiliencia de las naciones y las comunidades ante los desastres”. En éste, se prevé como resultado o logro del encuentro el obtener la reducción considerable de las pérdidas ocasionadas por los desastres, tanto las de vidas como las de bienes sociales, económicos y ambientales de las comunidades y los países. Para ello, se identifican cinco grandes prioridades de acción y sus respectivas estrategias.

Una de estas prioridades consiste en la utilización del conocimiento, las innovaciones y la educación para crear una cultura de seguridad y de resiliencia a todo nivel. Y define la “resiliencia” como la “capacidad de adaptación de un sistema, comunidad o sociedad potencialmente expuesto a amenazas, con el fin de alcanzar o mantener un nivel aceptable en su funcionamiento y estructura”. Esa capacidad de adaptación, sea resistiendo o cambiando, va a estar determinada por el grado en que el sistema social es capaz de organizarse para incrementar su capacidad de aprender de los desastres pasados, a fin de protegerse mejor en el futuro, mejorando las medidas para la reducción de los riesgos.

En este orden de ideas, en la medida en que las comunidades se encuentren bien informadas y motivadas para asumir la cultura de la prevención y de resiliencia ante los desastres, podremos ver la implementación de las medidas de mitigación y preparativos necesarios para la reducción considerable de sus efectos. Ello implica por lo tanto, la necesidad de obtener, sistematizar y divulgar los conocimientos y la información pertinentes sobre las amenazas, los factores de vulnerabilidad y la capacidad de respuesta de la comunidad organizada, a manera de un sistema social activo empoderado en la cultura de la prevención.

El sector salud tiene una doble connotación en esta prioridad, pues como sector que tiene múltiples dimensiones determinantes, sufre en primera instancia los embates de la naturaleza y puede, en mayor o menor magnitud, verse afectado por el desastre. Pero también, es el sector de respuesta inmediata a los damnificados y heridos por causa del mismo evento adverso, y como tal, tiene una alta responsabilidad en el inicio del proceso de recuperación y restablecimiento. Entra en juego lo que en emergencias se conoce como “la hora de oro”, de cuyas acciones apropiadas y efectivas depende la supervivencia y recuperación de la víctima.

Han existido experiencias exitosas donde las autoridades han trabajado de la mano con la comunidad, con la conformación de comités barriales de emergencia, cuyos integrantes han recibido capacitaciones y formación técnica de calidad en todo lo relacionado con la gestión del riesgo. Los resultados de esta red social se han traducido en la disminución de víctimas y de mayores efectos sociales y económicos en esas municipalidades cuando se ha presentado algún evento adverso de tipo emergencia o desastre. Lamentablemente no en todos estos casos ha habido continuidad en los procesos o se han dejado de incorporar los elementos intersectoriales de los determinantes de la salud que de una u otra manera integran y forman esa cultura de la prevención, más allá de la prevención de los desastres.


Es hora de actuar en este propósito.

Lectura recomendada:
  • Marco de acción de Hyogo para 2005-2015: Aumento de la resiliencia de las naciones y las comunidades ante los desastres, consultado en 160209, disponible aquí


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Rodrigo: Como siempre interesantes tus aportes en prevención.
Yo creo que es absolutamente necesario romper ese círculo vicioso de destrucción y reconstrucción en cada desastre y se estudie a fondo las causas fundamentales de vulnerabilidad, en vez de limitarse a tratar los síntomas y esperar hasta que se produzca un desastre.
Además pienso que los problemas fundamentales del desarrollo de una región son los mismos que contribuyen a su vulnerabilidad hacia los efectos catastróficos de las amenazas naturales.
Por ejemplo, la degradación del medio ambiente causada por el mal manejo de los recursos naturales, la urbanización rápida y no regulada en grandes zonas de riesgo y los desaciertos de las inversiones en infraestructura. En nuestro país la política en materia de desastres se ha centrado principalmente en la respuesta a situaciones de emergencia, medios informativos haciendo campañas de recolectas que poco ayudan a los verdaderos afectados mientras se invierte muy poco en la mitigación de amenazas naturales.
De acuerdo contigo, es hora de actuar.