(90) La Atención Primaria en Salud como herramienta de desarrollo humano en los municipios denominados PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial). Las Realidades Cambiaron.

. 19 de julio de 2020

La Atención Primaria en Salud como herramienta de desarrollo humano en los municipios denominados PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial). Primera parte: Las Realidades que Cambiaron.
/Alejandro Vargas Gutiérrez., M.D., MSc.


Sofía (éste y otros nombres fueron cambiados para proteger la confidencialidad) se levantó muy temprano ese día del cumpleaños y siguió las instrucciones al pie de la letra. Subió con el único celular de su familia a la casa de la tía Nancy, pues allí entra bien la señal. Sabía que, a pesar de la cuarentena por Covid-19, un grupo de amigos y algunos familiares lejanos de Medellín la llamarían para felicitarla por sus 15 años. Estaba radiante y feliz cuando el Sacerdote de la parroquia de La Susana (un corregimiento del municipio de Maceo) le llevó la “torta” de su cumpleaños. El Padre José Luis es de las pocas personas que tiene libertad de movimiento en época de cuarentena, y dado que la vereda La Argentina está ubicada a cuatro horas de camino de la cabecera urbana de Yolombó, es Maceo y su parroquia, la que prestan servicios religiosos y comunitarios, pues está a una hora de camino.

Su padre, sus hermanos y abuelos la felicitaron y ella recordó con cariño a Daniela, su hermosa madre. Juntos rezaron una oración en su memoria. Había fallecido a los 33 años, sólo un año y medio atrás, por una crisis severa de asma que no pudo ser atendida a tiempo y murió en su humilde vivienda. No existe puesto de salud en la vereda. Murió en la misma casa de madera en la que dio a luz a sus siete hijos con la ayuda de su madre y una partera. Nunca fue a los controles prenatales ni se practicó ecografías o exámenes de laboratorio. Se firmaba con una “X” en la línea del documento y cocinaba con leña todos los días, mientras Herney, su compañero, padre de sus hijos y primo hermano por vía paterna, podía reunir algún dinero para alimentarla a ella, a sus hijos y a sus ancianos padres.

Muchas cosas sí han cambiado desde que inicié el ejercicio de mi noble profesión a finales de 1997. Los cambios en las comunidades campesinas de Antioquia son tan notables que me emociona describirlos. Estos son sólo algunos:

AGUA LIMPIA. Hasta hace pocos años, en muchas veredas de Antioquia, era necesario que gran parte de la mañana y de la tarde se dedicara a transportar el agua en canecas o en cualquier recipiente (ollas, botellas de plástico, etc.). Muchas veces mi equipo de salud y yo, experimentamos enfermedades gastrointestinales y micosis en la piel (hongos) por bañarnos en pozos contaminados, que también eran la fuente primaria de agua de las comunidades. Nunca salía de mi casa a las veredas sin mi tubo de antimicótico para curar las lesiones que se vuelven desesperantes con el sol del mediodía o luego del baño. Ayudé algunas veces a cargar agua con los niños, niñas, jóvenes y adultos mayores. En aquel entonces, los servicios de acueducto eran casi un lujo y cuando llovía, todos ellos experimentaban un gran alivio... el tanque de agua lluvia se llenaba y permitía el líquido disponible por varios días.

Hoy en día, Antioquia cuenta con servicio de acueducto en la mayoría de sus municipios. El agua es verificada en calidad por EPM y no tiene nada que envidiarle al servicio de Medellín o de Rionegro. Esto redujo la tasa de mortalidad infantil por EDA (Enfermedad Diarreica Aguda) y por otras infecciones. En casi todas las veredas que visito ahora, el agua es más limpia y abundante, aunque no siempre es potable. Pero es un gran avance en salud pública y en bienestar.

ENERGÍA ELÉCTRICA. Mi primer parto con linterna y velas fue en la vereda Puerto Tulapa del municipio de Necoclí. Aún hablo con la madre y con Cesar “Alejandro”, el robusto mulato que nació en esa noche en un parto sin complicaciones. Ya estábamos de salida de la vereda cuando César, un campesino fornido, colaborador y de pocas palabras, me gritó desde la cancha de fútbol: - “Médico no se vaya todavía…le tengo un trabajito”.

Eran las cinco de la tarde y el imponente sol del Urabá me ayudó a preparar el parto de su esposa. Sin embargo, pasadas las seis, no hubo más alternativa que encender velas y alumbrar con las linternas con poca carga disponible en las pilas de “Eveready”. Por aquel entonces (1997) no teníamos celular con potentes linternas ni conexiones maravillosas.

Por muchos años, los pacientes me llamaron a consultar a altas horas de la noche para revisar a sus hijos o padres mayores y ya sabía yo la rutina que debía seguir: llevar dos linternas, baterías de repuesto y un paquete de velas. Una linterna para iluminar el camino (pues mis ojos no tienen la sensibilidad a la luz de la luna que sí tienen los campesinos) y la otra, para iluminar en la casa de los pacientes mientras se realiza el examen clínico. Frecuentemente, la linterna perdía carga y era el momento de encender tres o cuatro velas alrededor. Así era la vida de millones de campesinos en Colombia pocos años antes de celebrar el año 2000. Y en muchos hospitales de Antioquia, el fluido eléctrico fallaba en los momentos menos oportunos (en partos complicados, durante la atención de heridos graves y en pacientes con infartos).

Para el momento en que escribo estas líneas, mis pacientes campesinas me pueden contar por chat que la novela de Eliff ya se acabó, que el final no les gustó, que las espere un momento pues van a la nevera por unos huevos y que están ahorrando para comprar un nuevo televisor, esta vez “de los planitos, esos que casi no pesan”.

La energía fluye en casi el 100% de los poblados de Antioquia y así quedó plasmado en el Plan de Gobierno anterior y sólo están pendientes de conexión los municipios de Vigía del Fuerte y Murindó. La energía mejoró la vida de los pacientes diabéticos (pues la insulina debe refrigerarse adecuadamente), mejoró también la vía respiratoria de las abuelas y de madres con la llegada de la estufa eléctrica y luego del gas, y un aspecto definitivo en la vida de niñas y mujeres se transformó: más horas de energía equivalen a más horas de lectura y estudio. Sin duda, un salto al futuro y al empoderamiento de las mujeres, la base de la Atención Primaria en Salud que yo promuevo.

MÉTODOS DE PLANIFICACIÓN FAMILIAR. Daniela y sus siete hijos son la excepción al fenómeno global de reducción de la tasa de natalidad. En Brisas de Río (un pequeño barrio de familias desplazadas por el conflicto en Necoclí), tuve el privilegio de atender los hijos de una madre de 52 años quien tuvo 14 partos y sólo dos abortos. En Chigorodó “atendí” (más bien, observé) el octavo parto de una mujer de 35 años. No presentó contracciones intensas y su parto fue sin dolor. En varios municipios que recorrí, encontraba familias de más de diez hijos. Hoy en día, los hijos de ellas, algunos de los cuales son mis pacientes y llevan sus propios hijos a la consulta, tienen muy claro que únicamente van a tener tres o cuatro hijos.

En varias ocasiones los hombres me solicitan la remisión a la vasectomía, algo impensable hace 25 años, pues era un signo de debilidad masculina. Uno de los motivos de consulta que más atiendo en las comunidades campesinas es el ingreso de adolescentes al programa de planificación familiar. La aplicación de inyecciones mensuales y barras de anticonceptivos de largo tiempo son ya una rutina para médicos y enfermeras de los pueblos.

La tasa de natalidad es tan baja en algunos municipios, que los partos se están volviendo un evento poco frecuente. En muchos hospitales locales la sala de partos sólo se abre cada diez días en promedio. Las jóvenes, las madres y las abuelas hoy en día celebran que esta nueva generación puede ir a la iglesia, comulgar y aplicarse la inyección sin tener el temor de ir al infierno. Fui testigo de la enorme responsabilidad en tasas altas de mortalidad materna e infantil asociadas a las creencias religiosas que impedían el ingreso a los maravillosos programas de planificación familiar. Otra herramienta fundamental del empoderamiento de las mujeres.

NIÑOS SIN HAMBRE SEVERA. Ver morir a niños con desnutrición severa me impactó significativamente en la vida profesional. Como puericultor de la Universidad de Antioquia (cuidador del niño sano) y egresado del Colegio Calasanz, estoy muy ligado a la protección de niñas y niños. Y en mi trabajo profesional era asignado con frecuencia al servicio de pediatría o de obstetricia, cosa que hacía con bastante entusiasmo y con una bata de personajes de Disney que cuidé por muchos años (al estilo Patch Adams). Sin embargo, luego me enteré de que la atención de niños severamente desnutridos en el Urabá antioqueño o en otras subregiones de mi departamento impactaba negativamente la salud mental de algunos colegas más veteranos y por ello, la llegada de nuevos médicos con entusiasmo, como yo, les daba respiro en medio de tantas muertes por hambre que impactan hasta al más duro de corazón.

De nada servían los cuidados prolongados, los suplementos nutricionales y los antibióticos. El niño o la niña eran dados de alta en mejores condiciones y pocos días después regresaban en peor estado clínico. Más débiles, más pálidos, más desnutridos: la madre ya no lactaba y sólo podía darle a su hijo un poco de aguapanela con galletas de soda dos veces al día. Días después escuchaba la solicitud que me partía el alma: -Doctor Alejandro, me le hace el certificado de defunción a este niño, la madre lo trajo muerto. Me decía una de las auxiliares de enfermería.

Para el año 2000, mientras muchos celebraban el comienzo de las nuevas tecnologías y avances científicos, 139 niños morían por hambre en Antioquia. Es posible que fuesen muchos más, pero ya ese número es demasiado alto para querer incrementarlo. En 2019, según las cifras de la Secretaría Seccional de Salud de Antioquia (una de las entidades más serias y responsables en la vigilancia de eventos en salud pública de América Latina), sólo murieron por desnutrición siete niños. Un descenso mayúsculo y contundente que habla de la mejor condición socioeconómica en el país.

Hoy, los niños y las niñas ingresan a mi consulta bañados, huelen a shampoo infantil, tienen pantalones limpios, sus uñas están cortas, su cabello brilla y su piel es suave y humectada. Ningún signo visible de desnutrición. Menos hijos en casa permiten una mejor alimentación y en especial, más consumo de proteína, más verduras y frutas. Seguimos viendo niños con riesgo nutricional, pero su muerte es extremadamente rara y más bien, nos estamos acercando como en Envigado (Antioquia), a un alto riesgo de sobrepeso y obesidad infantil por sobrealimentación y comidas chatarra.

Casos como los de La Guajira, Chocó y otras regiones merecen otro análisis, pero en la zona que conozco, la muerte por hambre es tan rara como la muerte por tétanos. Sin lugar a dudas, el programa MANÁ de la Gobernación de Antioquia, su continuidad en los últimos gobiernos y el complemento con la estrategia Buen Comienzo, han logrado sobrevivencias que ni el mejor de los pediatras imaginaba para el Siglo XXI. 

El actual Gobernador había manifestado, antes de su impasse judicial, que tenía “entre ceja y ceja” eliminar la muerte por desnutrición infantil en Antioquia. Meta difícil de alcanzar cuando las cifras de mortalidad son menores de diez casos por año, pero por lo menos ofrece la esperanza que los programas de seguridad alimentaria y nutricional no perderán vigencia. Este tema será crucial para el post Covid-19. Sin hambre es posible el empoderamiento en salud.

COMUNICACIONES EFICIENTES. Hasta hace pocos años cargaba en mi billetera un teléfono muy importante. El de la emisora de Maceo. Antes de viajar llamaba al encargado de la única vía de contacto con las comunidades y él reconocía mi voz amablemente. Ya sabía la rutina... 
- Médico que bueno que viene. ¿Para cuándo? 
- Llego el sábado por la mañana Dios mediante. 
- Yo les aviso que saquen las bestias hasta el Ranchito a las ocho, ¿le parece bien? 
- Perfecto, a esa hora nos sirve. Gracias. 

Mi canal de comunicación con la emisora del pueblo era definitivo para avisar mi llegada y con ello no sólo garantizaba mi transporte en “el pintao”, “el erizo” o “el cojo”, animales que me llevaron pacientemente hasta veredas lejanas sin ningún problema. También le permitía a Doña Soledad, seleccionar la mejor gallina (y a veces la única) para el sancocho del medio día. El anuncio por la emisora generaba todo un proceso con la Junta de Acción Comunal con el fin de seleccionar los pacientes más urgentes y necesitados de la visita médica domiciliaria. En aquel entonces una línea telefónica fija o un celular eran una utopía. 

Luego de una larga reunión de ayer, pude dedicarme un rato y resolver por WhatsApp varias preguntas de inglés de un taller de Saray Muñoz (hermosa niña de 12 años quien vive en una retirada zona rural de Maceo) y le recomendé una crema con base en esteroides a la madre de otro paciente en La Argentina. 

Antes de esta pandemia, había solucionado urgencias médicas por esta vía y he apoyado la coordinación de un servicio de ambulancia con médico a bordo, aun cuando me encuentre en el exterior. Claro está, la cuenta del roaming internacional que me llega en esos casos no es barata, pero no me atrevo a colgarle a los campesinos que me llaman pensado que estoy en Medellín y me cuentan su vida y milagros de la última semana, además de sus síntomas gripales mientras espero en un aeropuerto internacional. 

La comunicación con los teléfonos celulares salva vidas y permite un vínculo casi inmediato entre la comunidad y los actores políticos, religiosos, los del sector de la salud y los del comercio. 

No es extraño que a mi consulta ingrese un campesino típico con machete en su cintura, sombrero, poncho y carriel, y en medio del examen clínico, le suene un smartphone de mucha mejor calidad que el mío. Negocios de gallinas, de ganado y la entrega de cuido para los perros han interrumpido más de una vez mi atención en salud, pero yo hago caso omiso y termino el examen cuando el negocio se logra completar en pleno consultorio. Llegan ya nuevos avances con telemedicina y dispositivos biomédicos de última generación y mayor conectividad que salvarán más vidas y ayudarán a educar a las comunidades en forma gratuita y eficiente. La tecnología para fortalecer la Atención Primaria en Salud genera empoderamiento.

VÍAS MODERNAS. Viajar por carretera en Antioquia y en zonas como el Magdalena Medio, el Occidente, el Oriente y el Urabá eran toda una novela de terror a finales de 1988. Mis amigos del Calasanz y yo, viajamos a Maceo en tren (a las 4:30 AM) desde la Terminal del Norte en Medellín y ya en Cisneros, se subieron campesinos de todas las edades con cerdos, gallinas, papas, y concentrado para animales que nos hacía difícil movernos. 

Las vías eran tan precarias hace tan sólo 20 años, que los carros contratados para ir a las veredas podrían cobrar por un trayecto de ida y vuelta el equivalente a 200 mil pesos de la actualidad. Lo que cuesta un boleto en avión. 

Recuerdo un viaje a una vereda de Yondó (Antioquia) cercana a los Montes de María, que estaba ubicada a cuatro horas de camino y en la mitad del recorrido, por darle paso a un camión, nuestro conductor quedó atrapado en la cuneta y pasaron tres horas mientras llegó un nuevo vehículo que nos empujara con cuerdas y lazos que siempre estaban disponibles en el baúl de todos los automóviles del sector. Lo más paradójico: la distancia del casco urbano a esa vereda no era mayor de 35 kilómetros.

En sólo unos meses, la vía que comunica a Medellín con Cisneros será de una hora de duración gracias a uno de los túneles más modernos del país: el nuevo túnel de La Quiebra. En unos años el túnel de Toyo (el más largo de América Latina) conectará a Medellín con el Urabá antioqueño y los paisas podremos comer un coctel de camarones en las playas de Necoclí, luego de cinco horas de viaje o tal vez menos. 

Cuántas maternas de alto riesgo, cuántos adultos con enfermedad coronaria severa y cuantos pacientes con Covid-19 se podrán remitir oportunamente gracias a estas maravillosas autopistas (muy costosas por la corrupción), pero, al fin y al cabo, bastante eficientes y necesarias para el desarrollo social de nuestros pueblos. Ya no hay excusa alguna para que una joven que vive en Cisneros y desea estudiar psicología en la Universidad de Antioquia, pueda ir y regresar el mismo día a su casa campesina. Sólo una hora de viaje la separará de su sueño de ser profesional y del empoderamiento que le brindará la educación universitaria.

LA PAZ.  Mi paciente y gran amigo, Don Marcos Almatá, de la vereda Puerto Tulapa en Necoclí, me contaba con lágrimas en los ojos, las semanas de angustia que vivió en su comunidad en la peor época de violencia de la zona. A las seis de la tarde, casi todos los campesinos como él, cerraban la casa y junto a sus esposas e hijos, se adentraban en la selva húmeda con tres toldillos y un termo de café o aguapanela para pasar la noche en medio de insectos y serpientes. De no hacerlo así, sus hijas e hijos hubieran terminado en uno de los bandos de la maldita guerra del Urabá. 

A Don Marcos y a mí nos unió el gusto por conversar y por tomar ron del bueno. Varios meses después de conocernos, me recibió un día en su casa con especial afecto y cordialidad. Su esposa, mucho más alta que Marcos y que yo, me abrazó y me levantó del suelo con sus fuertes brazos de mujer campesina y me dijo: 
- Médico, Usted me dio el mejor regalo del día de las madres. 
- ¿Cuál regalo doña Flor?, le contesté. 

Y empezó a llorar sin descanso. Don Marcos, también llorando, pero un poco más fuerte de espíritu alcanzó a relatarme “el regalo que les dí” y que yo desconocía.

Hacía más de un mes estaba con mi equipo de salud comunitaria en una vereda de Necoclí y coincidimos con uno de los grupos que patrullaban ese sector. A las 5:30 AM de un miércoles, la Enfermera Jefe me despertó para decirme que unos hombres armados preguntaban por el médico.

Siendo yo el único con ese título, me incorporé y salí hasta la puerta del pequeño centro de salud que los campesinos habían construido para nosotros. De día era un práctico consultorio y de noche, nuestra humilde morada. 

300 hombres armados hasta los dientes estaban afuera del puesto de salud y un hombre musculoso, con barba de varios días y de raza negra, quien los comandaba, me saludó con respeto y con voz de mando me dijo: 
- ¿Usted es el médico Alejandro del Hospital de Necoclí? 
- Si Señor, a sus órdenes. ¿En qué le puedo servir? 
- Médico traigo unos hombres enfermos a ver si me los puede ver. 

Mientras el corazón me regresaba a la zona tradicional del tórax y mis piernas detrás de la puerta dieron unos pasos temblorosos al frente, tuve el arrojo de decirle al comandante de ese gran grupo que pasara a sus hombres en 20 minutos mientras yo me preparaba para atenderlos y que, amablemente le solicitaba, que no ingresaran con armas al Puesto de Salud para respetar la Misión Médica. 

Su risa sarcástica coincidió con una señal afirmativa y los siete hombres enfermos empezaron a dejar sus armas en el borde del “imponente espacio” protegido por normas internacionales. 

En mi corta experiencia como galeno, no había visto casos de pie de atleta, de malaria, o de leishmaniasis tan severos como las de esos muchachos que no llegaban a los 21 años.

Pero un mozo de raza negra de 1.90 de estatura, espalda muy ancha y manos gigantes era el caso más delicado. Tenía abscesos en las axilas y en los hombros, la piel estaba desprendida por lesiones tipo quemadura por fricción, además tenía fiebre alta y una debilidad marcada. Un estafilococo había doblegado a este hombre magnífico en sólo 24 horas y necesitaba urgente de antibióticos, hidratación intravenosa y un descanso de varios días.

Mi sorpresa fue mayor cuando luego de determinar los tratamientos, el comandante dio la orden de marchar y los hombres que estaban en el puesto de salud conmigo y mi equipo de atención, se tomaron las medicinas formuladas rápidamente y se empezaron a poner su uniforme y portar sus armas. 

- Comandante, este no se puede ir. Con un tono subido lo exclamé para que todos escucharan. Este muchacho tiene comienzo de una sepsis, que es una infección muy delicada y si se va con ustedes se va a enfermar mucho más. Él necesita atención intrahospitalaria. 
- No médico, ni por el putas, ese negro es el encargado de la M-60... sin ese pelao no nos vamos. 
- Déjelo descansar, comandante, yo le aplico las medicinas por la vena y él se pone mejor en una semana. Enfermo no le sirve.  

La discusión no estaba a mi favor, pero el muchacho al tratar de cargar su pesada arma se tambaleó y casi cae. Sus amigos de combate lo sentaron en la silla plástica cerca de mí y yo le mostré a su jefe las heridas en los hombros por el peso del armamento, de la munición y del morral. Con mucha rabia en su mirada el comandante solicitó a uno de sus hombres que le diera el teléfono satelital y realizó una llamada. 

Al cabo de un minuto se puso firme como el acero y empezó a hablar suave y pausado con “Mi Comandante” "…para informarle que trajimos a los hombres enfermos donde el médico que nos indicó y ya los trató a todos pero no quiere dar de alta al negro”. Hubo un silencio largo... Eso le dije mi comandante, que ese pealo es clave por la M-60”.  El hombre se acercó a mí con rapidez y me extendió el teléfono satelital lleno de sudor por su nerviosismo al tratar temas tan triviales con el jefe máximo. 
- ¡Hable! Me dijo sin pestañear.

Al otro lado de la línea simplemente me preguntaron: 
- ¿Médico por cuántos días hay que incapacitar estos muchachos para que estén bien? 
- Una semana a los de malaria y pie de atleta y dos semanas al muchacho infectado. 
- Está bien médico, así se hará, si Usted lo dice. Devuélvale el teléfono al que se lo pasó que ya doy la orden. 

Los 293 hombres se internaron en la selva en tres minutos y no hubo gratitud de su comandante ni despedida de ningún tipo. Con nosotros se quedaron siete hombres enfermos, desayunaron con calma y empezaron su tratamiento. El más delicado recibió la dosis de antibióticos según su peso y casi quedamos sin medicamento por su gran contextura. Antes que se fuera le di las indicaciones sobre la medicina que debía comprar y por precaución, en un recetario médico con logo del hospital, le extendí un certificado de incapacidad sin su nombre, pues estos hombres no llevan ningún documento que revele su identidad. Lo incapacité de “su trabajo” por quince días y firmé al final de la hoja con mi sello de respaldo. 

Era el hijo de Don Marcos y Doña Flor, quien llegó por sus propios medios a casa de sus padres luego de dos años y medio en que nunca se comunicó con ellos. Lo daban por muerto. Abrazó a su madre y a su padre con tanta fuerza que casi los deja sin aliento. Don Marcos no cabía de la dicha y casi se le cierran los ojos de tanto llorar cuando vio de nuevo a su hijo perdido en la selva. Después de llorar en familia por varias horas y de contar sus duros y dolorosos días en la guerra, doña Flor le preguntó cómo había podido quedar libre por dos semanas. Las dos semanas más hermosas que según ella, había tenido en muchos años.

Entonces su hijo, se buscó en el bolsillo de su uniforme, un papel impregnado de sudor y se lo extendió a su padre. 

- Yo estaba muy enfermo mamá y mi comandante dio la orden de ir donde un médico. Y me atendió un pelao jovencito, chiquito, muy chiquito, a mí me llega al ombligo, pero parece que es muy inteligente, es de la de Antioquia y le ayuda a las embarazadas de Brisas de Río y de Mello y de toda esa zona por allá. Y habló con mi comandante y se le enfrentó, y le dijo que yo necesitaba droga por la vena y una incapacidad médica. Y con este papel que él firmó, me dieron plata para las medicinas y un permiso de dos semanas. 

Su padre no abrió el papel lleno de sudor. Se secó las lágrimas y le dijo:

- ¡Yo sé quién te firmó ese papel mijo, es el médico de la familia! Lo dijo con un orgullo tan grande como su generosidad de campesino.

Don Marcos murió hace tres años por complicaciones de su Diabetes. Doña Flor está saludable aún y extraña a su adorado esposo. La guerra en Urabá tiene aún días complicados, pero jamás se acercan a lo que vivimos en los años 90. Ya disfruté de tomar unos rones con ese gigante de la selva, quien salió de todos sus problemas legales hace muchos años y tiene unos hijos hermosos, más altos y fuertes que él.

Muchas veredas que aún visito dejaron de ser peligrosas y hoy día están en medio de proyectos de desarrollo social, educación integral y mejoramiento de viviendas campesinas. El conflicto se ha disminuido significativamente en muchas regiones. En otros lugares se ha incrementado por la lucha de poder en zonas de cultivos ilícitos. Pero el balance final es muy positivo. Menos muertes de lado y lado, pocos secuestros y menos desplazamientos.

La salud en las comunidades y la Atención Primaria en Salud, ejercida con metodología, sistematizando los procesos y con respeto por la cultura y los principios de la comunidad, debe ser la primera herramienta de trabajo de los profesionales que promueven el desarrollo educativo, social y económico de los municipios PDET.

Un equipo de salud conformado por médico general, enfermera(o), auxiliares de odontología, nutricionista, psicólogo y gestores de salud pública, son el “gancho” fundamental para acercar a mujeres, a niños, a niñas, a jóvenes, a los adultos mayores y luego a los hombres jóvenes, para ofrecer recomendaciones prácticas sobre calidad de vida, educación, emprendimiento y desarrollo a escala humana.

Cuando Sofía sopló la vela de su torta de cumpleaños, le dijeron que debía pedir un deseo. Ella dijo:

- "Quiero ser una médica como el dotor Alejandro”